jueves, 8 de noviembre de 2012

Recuérdame, La Quinta Estación

Al despertar, después de una noche llena de sueños,
suena en el corazón una música, una canción del ayer ,
del hoy y del mañana...


Recuérdame cuando duermes y adivino lo que sueñas
cuando lejos de nuestra cama es a mí en quien piensas.
Recuérdame.

Recuérdame cuando parta y no regrese a nuestra casa

cuando el frío y la tristeza se funden y te abrazan.
Recuérdame.

Recuérdame cuando mires a los ojos del pasado

cuando ya no amanezca en tus brazos
Y que seas invisible para mí, para mí.

Recuérdame amándote

mirándote a los ojos
atándome a tu vida
recuérdame amándote
esperándote tranquila
sin rencores sin medida
recuérdame, recuérdame
que mi alma fue tatuada en tu piel.

Recuérdame cuando sientas que tu alma está inquieta.

Si el deseo y tu amor no me calientan.
Recuérdame

Recuérdame

cuando mires a los ojos del pasado
cuando ya no amanezca en tus brazos
y que seas invisible para mi, para mi.

Recuérdame amándote

mirándote a los ojos
atándome a tu vida
recuérdame amándote
esperándome tranquila
sin rencores sin medidas
recuérdame, recuérdame
que mi alma está tatuada en tu piel.

Soledades, Mario Benedetti

Ellos tienen razón esa felicidad
al menos con mayúscula no existe
ah pero si existiera con minúscula
seria semejante a nuestra breve presoledad.

Después de la alegría viene la soledad
después de la plenitud viene la soledad
después del amor viene la soledad.

Ya se que es una pobre deformación
pero lo cierto es que en ese durable
minuto uno se siente solo en el mundo.



Sin asideros, sin pretextos
sin abrazos, sin rencores
sin las cosas que unen o separan
y en es sola manera de estar solo
ni siquiera uno se apiada de uno mismo.



Los datos objetivos son como sigue.


Hay diez centímetros de silencio
entre tus manos y mis manos una
frontera de palabras no dichas
entre tus labios y mis labios
y algo que brilla así de triste
entre tus ojos y mis ojos claro
que la soledad no viene sola.



Si se mira por sobre el hombro mustio
de nuestras soledades se vera un
largo y compacto imposible un sencillo
respeto por terceros o cuartos
ese percance de ser buenagente.



Después de la alegría
Después de la plenitud
Después del amor
Viene la soledad.

Conforme pero
que vendrá después
de la soledad.



A veces no me siento tan solo
si imagino mejor dicho si se
que mas allá de mi soledad y de
la tuya otra vez estas vos
aunque sea preguntándote a solas
que vendrá después de la soledad.


El álbum, Medardo Fraile

Entraron aprisa en el café y se sentaron. La impaciencia les encendía los ojos al dejar el paquete sobre la mesa. Ella, apenas sentada, comenzó a abrirlo, mirando con amor, alternativamente, la cinta roja sobre el papel y el rostro de él con ligero orgullo protector y expectante.
-¿Qué van a tomar?
-Café con leche. ¿Y tú?
-Lo mismo.
En la mesa apareció con pastas de color azul marino, como el traje de los días señalados, el álbum de las chocolatinas. Era un gran día. Habían hablado de él como se habla de cuando llegará un niño. Aquel álbum representaba el tesón del novio en su niñez, que había reunido una estampita tras otra hasta cubrir todas las ventanillas sin paisaje de aquel libro difícil.
Sus compañeros de colegio -él lo recordaba- habían dejado en el álbum huecos de desamor y desidia. Y el álbum, ahora flamante sobre la mesa, mostraba la solicitud en el tiempo de un hombre cuidadoso, fiel toda su vida a sus más inocentes alegrías, al objeto de su ilusión más nimia. Para la novia, aquel álbum implicaba tesón y constancia. Tenían sobre la mesa el café con leche del amor humilde, pero tenían también dentro del libro las maravillas todas del Universo, y se pusieron a deshojarlas con lentitud amorosa, como si en ello les fuera su felicidad, el sí o el no.
-No: hoy "Las Mariposas", no -decía ella con tremendo gozo-. Hemos visto ya "Los Grandes Inventos".
Cada hoja les aproximaba, día tras día, un poco más. El día de "Las Mariposas", ella balanceó sus pestañas en el aire hacia un hombre joven que estaba enfrente sentado, y él -el novio- tuvo celos. Pero ella ni había mirado siquiera a aquel hombre: quería simplemente mariposear con sus finas pestañas. El día de "Las Aves Domésticas" proyectaron un canario naranja transparentándose en el hogar que tendrían, en la ventana con sol: "Mejor, blanco", insinuaba él. "No, tiene que ser naranja", decía resuelta ella, entornando los ojos como si le dañara el agridulce color del pájaro.
En "Las Aves Exóticas" pusieron sobre el pelo de ella, suave, un sombrerito atrevido de vistosas plumas en una tarde con risa en el mundo, y champaña y "confetti". En "Flores para Regalo" él la obsequió con doce tulipanes para que no olvidara alguna cosa. Al llegar a "Animales Prehistóricos", tuvo ella miedo y se acercaron más. Él quiso continuar más días viendo "Los Animales Prehistóricos", pero ella se negó y entró en la hoja rutilante de "Las Piedras Preciosas". Ante "Las Piedras Preciosas" él anduvo receloso por sentimiento atávico. Veía en los ojos de ella cierta cortesana desfachatez, ciertas desmesuradas pretensiones, que le tuvieron en desazón toda la tarde y que interpuso entre ellos una pastosa frialdad anfibia. En "Las Algas" enredaron sus dedos, manos, brazos, miradas y palabras. Con "La Evolución del Automóvil" lo pasaron bien, dieron saltos y frenazos bamboleantes sobre sus sillas. Con "Las Fieras" se identificó ella de tal forma, que los ojos se le llenaron de instinto y él se encontró como un domador trágico que de un instante a otro podía perecer. Con "La Fauna del Mar" cruzaron una y otra vez por los ojos de él y de ella los peces cariñosos, perezosos, suaves, del amor, y estuvieron pasando toda la tarde mansa, humildemente. Al llegar a "Las Frutas", ella, con un rubor, posó su mano sobre las manzanas para que él no tuviera ningún pensamiento avanzado, para que no pensara como Adán.
Terminaron el álbum, y estaban tostados y palpitantes como después de un largo viaje. Era como si volvieran con los mismos recuerdos de una luna de miel respetuosa. Ella esperó todos los días -sobre todo el último- a que él dijera: "El álbum para ti, te lo regalo." Pero no lo hizo. Llenar aquel libro de cromos había sido la gracia de su niñez, le había proporcionado entrada de honor en todas las visitas. Y cogió su álbum y se lo guardó. Ella, de haberlo tenido, le habría devuelto su regalo en palabras llenas de entendimiento y colores, en experiencia del mundo, en primores de planta y honduras de mar. Pero así las tardes fueron enfriándose, se aburrían y hacían tos de las palabras rotas. Y un día ella -que se había enamorado de aquel álbum- le dijo adiós a él. Y él tendrá que sacarlo de nuevo en su vida, cuando llegue la hora, sin atreverse a regalarlo nunca.

Dos enigmas resueltos por la ciencia


Los hombres de ciencia, en su incesante búsqueda de respuestas que expliquen los fenómenos naturales que observan, estudian de forma pormenorizada los pequeños o grandes misterios con los que se van topando, formulando hipótesis que den sentido a lo que a simple vista parecen hechos inconcebible. 



La rueda dentada de Antikitera

 

Hace casi 100 años, unos buzos encontraron frente a la isla griega de Antikitera los restos de una antigua caja rota de madera y bronce que albergaba más de 30 engranajes en su interior. Dataciones posteriores mostraron que este complejo objeto tecnológico, similar a un reloj, databa del siglo I a. C. Desde entonces, los científicos se han visto fascinados por este oopart (artefacto fuera de lugar), tratando de imaginar cuál podría ser su función. Solo recientemente, un equipo dirigido por Mike Edmunds y Toni Freeth, de la Universidad de Cardiff, pudo resolver el misterio. El mecanismo de Antikitera era una calculadora astronómica. Si están en lo cierto, el artilugio podía reproducir los movimientos de la Luna y el Sol a lo largo del Zodíaco con notable precisión. Su mecánica es algo que todos creían impensable hace dos milenios, y mucho más compleja de lo esperado. Ninguna otra civilización creó algo tan sofisticado durante los siguientes mil años. Pero el misterio no ha concluido del todo; falta que los científicos logren crear una réplica viable. Están en ello.

Las montañas ocultas de la Antártida

 

En 1958, científicos soviéticos descubrieron una larga cordillera de 1.200 kilómetros de longitud, con picos de hasta 3.400 metros de altura, enterrada bajo la placa de hielo de la Antártida, de tres kilómetros de espesor. Lo que les desconcertó es que la ubicación de estos “Alpes Antárticos” no coincidía con el límite de ninguna placa tectónica, y además se descartó su origen volcánico. ¿Cómo se formaron, entonces, las montañas Gamburtsev? Recientemente, con la ayuda de radares aéreos, un equipo multinacional de científicos publicó en Nature la respuesta a tan complejo rompecabezas. El proceso geológico que las formó comenzó hace muchísimo tiempo, 1.000 millones de años. Por aquel tiempo, varios microcontinentes colisionaron entre sí, aplastaron las rocas más viejas de la cordillera y formaron una gruesa corteza que se extiende muy por debajo de esta. Además, se formó la fisura de la Antártida Oriental, un rift de 3.000 kilómetros de largo que se extiende a través del océano en dirección a la India. Hace entre 250 y 100 millones de años, esa fractura allanó el camino para que el supercontinente Gondwana se rompiera, lo cual calentó la raíz de corteza terrestre bajo las montañas Gamburtsev y provocó su alzamiento. La placa de hielo antártica oriental, formada hace 34 millones de años, la protege contra la erosión.

Momentos de lectura con Isabel Allende...

La tragedia de Saint Domingue


Cuando Haití aún se llamaba Saint Domingue acogió una sangrienta rebelión que acabo con la esclavitud. Ese es el telón de fondo de la novela de Isabel Allende: “La Isla Bajo el Mar” (Plaza&Janes). Una tierra que fue la más rica de las colonias francesas, pero que se convirtió en el país más pobre de América.



“En mis cuarenta años, yo, Zarité Sedella, he tenido mejor suerte que otras esclavas”. Así arranca la última novela de Isabel Allende, “La Isla Bajo el Mar”, ambientada a finales del siglo XVIII en Haití, por entonces llamada Saint Domingue. La acción transcurre entre 1780 y 1793 en esta colonia francesa del Caribe, para más tarde trasladarse a la Luisiana, por entonces colonia española, adonde arribaron muchos colonos y sus esclavos huyendo de una salvaje revuelta en las Antillas que tiñó de sangre el halo de romanticismo de la única rebelión de esclavos que ha triunfado.
Y es que ser mujer, mulata y esclava no facilitaba en nada la existencia en el Caribe del siglo XVIII. De la mano Zarité, una esclava de origen guineano vendida de niña a uno de los principales hacendados de Saint Domingue, la escritora chilena recrea un agitado momento histórico, no sólo en ultramar sino también en Francia, inmersa en su propia revolución.


He iniciado la venganza de mi raza
Desde que Colón diese con ella, los reyes de España controlaron toda la isla de La Española (también conocida como Santo Domingo) hasta el siglo XVII, cuando piratas franceses empezaron a ubicar allí algunas de sus bases en la parte occidental. No fue hasta 1697 que la isla quedaría fragmentada en dos: la parte occidenta (Saint Domingue, futura Haití) en manos francesas, y la oriental, para España.
Francia recogió muy pronto los suculentos frutos de la colonización con una agricultura en expansión. Aquel pequeño territorio anclado en el Caribe era tan fértil que producía más azúcar y café que todas las colonias de Gran Bretaña y las Indias Occidentales juntas.
En 1780, el 40 por ciento del azucar y el 60 del café que consumía Europa procedían de Saint Domingue, la próspera "Perla de las Antillas". Eso sí, para mantener tan beneficiosas cifras, los esclavos resultaban imprescindibles. Llegó haber 34.000 personas libres, frente a medio millón de esclavos que sólo tenian una cosa en mente, alcanzar su libertad. Para asegurar su sumisión, los capataces no dudaben an aplicar la violencia ante el más leve conato de insurrección.
El pistoletazo de salida de la revuelta en la que participaron casi todos los esclavos de la isla tuvo lugar la noche del 22 de Agosto de 1791. Su lider, un liberto llamado Toussaint-Louverture (imagen izquierda), proclamaría: "He iniciado la venganza de mi raza".
Aunque el Caribe había vivido diversas insurrecciones de esclavos, ésta era la única que cuajó. No obstante, París no estaba dispuesto a renunciar a los pingües ingresos que proporcionaba el territorio y en diciembre de 1801 envió a la isla un ejército de 25.00 soldados para recordarle a Louverture su promesa de resarcir a los colonos y restablecer una esclavitud que la metrópoli ya había abolido formalmente. Louverture no se dejó engañar fácilmente y se volvió contra los franceses. Napoleón hubo de tirar la toalla.
Toussaint-Louverture murio prisionero de los franceses y su testigo lo recogió otro antiguo esclavo, Jean-Jaques Dessalines, que logró expulsar a los franceses y proclamar la independencia en 1804. Cuatro décadas después se proclamó la República de Haití (la primera en el Caribe), que pasaría a compartir la isla con la colonia española, hoy transformada en la República Dominicana. Al mirar la bandera haitiana resulta inevitable pensar en la francesa, aunque de la primera se eliminó la franja blanca, simbolo de la monarquía gala, como claro repudio a la dominación de la que tanto costó librarse.
Malos tiempos en las Antillas
A pesar de la libertad política, Haití siguió dependiendo económicamente de Francia durante largo tiempo. Las otras potencias coloniales decidieron no comprar su azúcar y su café, y la estabilidad brilló por su ausencia. A inicios del siglo XX fue ocupada militarmente por EE.UU. (1915-1934) y más tarde sufrió una dura dictadura. Recientemente, el ex presidente Bill Clinton, enviado especial de Naciones Unidas para Haití, hizo un llamamiento a los exiliados haitianos en EE.UU. para que invirtiesen en su país de origen, fuertemente endeudado. Hoy, muchos descendientes de esos antiguos esclavos haitianos viven en Nueva Orleans, huyendo de la sangre y violencia). En la ciudad que fue cuna del Jazz, Zarité sigue bailando, ya libre de ataduras, como ha bailado siempre, porque "esclavo que baile es libre....... mientras baila".
LAURA MANZANERA. Periodista. Articulo transcrito de la Revista Clio, nº 96.